Esta mañana me he levantado con ganas de hacer cosas.
Ir a la Facultad de Filosofía, buscar unos artículos y quedarme todo el día allí. Pero antes tenía que ir a la facultad de música para dejar el cargador del celular que Jorge me había prestado.
Después de hacer todos estos trámites, me dispuse a tomar el metro como a las nueve y media de la mañana.
Tomar en el metro en Plaza de Armas hasta Baquedano, ahí cambio de línea hasta Tobalaba, otro cambio y hasta Grecia. De ahí tomar una micro hasta Grecia.
Cuando bajé del metro y subí a la calle me pareció estar en otra ciudad, las calles anchas, con casas bajas de dos plantas y con un pequeño jardín delante. Muy americano. En la parada de la micro conocí a un chileno que había estudiado en Villaviciosa de Odón y que había vivido en Parla y Getafe. Él me dijo dónde tenía que bajar. Una hora y cuarto en todo el desplazamiento.
Entré en la facultad y bajé a la biblioteca, que está en el sótano; Después de dejar la mochila pedí la revista que necesitaba. Casi a las once estaba instalada. El artículo no estaba escrito por Vicente Salas Viu, pero habla de su llegada a Chile y de los libros que aquí publicó. Más bien es una recensión de uno de sus libros. Cuando estaba presuntamente concentrada en lo que leía, llega una señora y dice que la biblioteca se cierra hasta las 15 horas. ¿Pero si son las 12?? Que extraño. No hay avisos en las paredes ni nada. Todo el mundo recoge religiosamente sus cosas. Yo también y al llegar a la salida, donde se recoge la mochila, le pregunto a la señora que dio el aviso, que por qué se cierra y me dice “empezó septiembre”. Ya, contesté yo.
Cuando salí a la calle todo era humo.
Unos encapuchados habían tomado la facultad y los pacos habían cortado las dos calles principales por las que se acceden a la facultad. Pregunté a unos chicos que cómo podía salir de allí y me indicaron que todo recto y al final había una puerta. Salí por la puerta de atrás. Previamente había decidido que me iba de allí porque qué iba a hacer tres horas en el patio atestado de alumnos que habían salido de las clases y de la biblioteca, de algunos encapuchados y con un humo que hacía irrespirable el poco aire que corría. Bueno, salí por detrás y vi que la calle por la que tenía que volver, Avenida Grecia, estaba cortada y las micros no pasaban. Está bien, camino. Unos cuarenta minutos hasta llegar al paradero del metro. Pero tenía curiosidad por ver qué pasaba. Así que le pregunté a un paco que si se podía caminar y me dijo que si, por la vereda de enfrente y con cuidado.
Me quedé en la esquina de Grecia con Macul. Dentro de la facultad, con la reja cerrada, había como quince o veinte chicos encapuchados,
intifada chilena, con botellas de cristal que incendiaban y las tiraban más allá de las rejas con el único objetivo de dar a los pacos. Y lo consiguieron un par de veces. También llevaban tirachinas, de ahí lo de la intifada. David contra Goliat.
Los pacos, perfectamente uniformados, casco, coderas, rodilleras, antibalas que cubrían hasta las parte púdicas, miraban mientras un tanque, sí, he dicho tanque, le echaba agua a los intifadistas. No me lo podía creer. Y yo ahí, en la acera de enfrente. Los encapuchados hablaban en voz alta y hablaban de desaparecidos, de nombres de compañeros que ya no están, que hay que resistir, que hay que sublevarse contra el poder establecido y que la universidad, es eso, Universal y no debe ser privatizada de ninguna manera (lo de universal lo añado yo).
Realmente me parecía increíble estar viendo eso, ahí a dos pasos de distancia. Tantas veces visto en la tele que no daba crédito. Era real. Es real.
Al poco de estar allí de pie, como espectadora, pero participando aunque sea solo por el mero hecho de observar, llegó un señor con un carrito de chatarras, cartones, latas… se paró junto a mí y nos pusimos a conversar. El vivía una cuadra más allá de la facultad y claro, ahora tenía que rodearla.
Pucha que pereza…Después de las preguntas típicas, de donde eres, qué haces aquí, donde vives… me preguntó si no les tiraba yo alguna piedra, …
de buena gana les tiraba alguna, pero los extranjeros no nos podemos manifestar, cierto, a pesar de vivir aquí, trabajar aquí y tener domicilio estable esta pseudo-democracia no permite la manifestación pública ideológica de cualquiera que no sea chileno.
El señor, chatarrero de profesión, me dijo
que peeeena que no tire nada, en un rato me pasaré por aquí a recoger los gases lacrimógenos… y de su carro sacó un arsenal de envases de gases que me demostró, con imán incluido, de qué estaban hechos y cuánto pagaban por ellos. Así que el señor en el fondo, aunque le hicieran rodear el edificio, estaba encantado con los desastres!
Cuantos más gases mejor! Cuantos más tiren más recojo. No hay mal que por bien no venga. Le importaba una weá por qué había encapuchados, pero estaba feliz! Se marchó finalmente cuando empezó a llorar.
Aguanté un rato ahí pero yo también me marché, ya no podía respirar y realmente esos humos te hacen llorar involuntariamente.
Así que hoy lloré por Chile. O por España. O por mi.
Pensaba ahí, en la esquina, que en España los jóvenes de entre 20 y 30 no se manifiestan por nada. Sólo los que están afiliados a algún partido político a su vez unido a la gran poderosa iglesia católica que organiza manifestaciones conjuntas por la capital (aunque esto es otro tema que no viene ahora a cuento).
Hay otro gran grupo de manifestantes de entre 15 y 22 años que se manifiestan porque el botellón sea legal, porque el hachís sea legal… pero nadie se manifiesta por nuestro sistema educativo público, que sea dicho de paso va de mal en peor y con ello arrastra la decadencia, en cuanto a nivel se refiere, de la universidades españolas. No se manifiestan porque los Bancos están hipotecando nuestras vidas de tal manera que no podamos vivir tranquilamente (más bien el banco se compra una casa y nos permite vivir en ella). No se manifiestan porque nuestra clase política es una clase inculta, que ni siquiera saber hablar en público y mucho menos defendernos ante la gran Europa. No se manifiestan porque la ley de inmigración sea una auténtica calamidad. No se manifiestan porque de una vez por todas, las autoridades competentes hagan algo real por las oleadas de inmigrantes que llegan a nuestras costas en cayucos. No se manifiestan porque nuestros ancianos tengan una vida digna con un sistema social que realmente cubra sus necesidades de soledad. No se manifiestan por que las listas de la Seguridad Social se reduzcan, si es necesario, a costa de contratar a más personal sanitario más allá de nuestras fronteras.
Así que bueno… se me saltaron las lágrimas; no sé si por España, por cómo hemos cambiado; por Chile, que tampoco es lo que era; por el inmenso oscurantismo al que esta ciudad te somete cada día; por la ignorancia pueril de los conocidos; por todo. O por nada. Pero lloré.
Y por ahí caminé, disfrutando del blanco Cordillera, del verde césped y del verde paco.
Besos